Los investigadores de la Cátedra de Micología de la Universidad de Valladolid IUFOR, dirigida por el Dr. ingeniero de Montes Juan Andrés Oria de Rueda, llevan realizando extensos y detallados estudios ecológicos, forestales y micológicos en esta comarca zamorana desde hace más de 30 años. Su director nos comenta que pese a que la superficie quemada es enorme, más de 30.000 hectáreas de extensión, aproximadamente la mitad corresponde a matorrales pirófitos adaptados al fuego, que rebrotan o germinan casi inmediatamente tras el incendio.

El efecto ecológico adverso estriba, sobre todo, en la calcinación de varios millones de árboles: sobre todo robles y pinos, pero también encinas alcornoques y castaños. En menor medida de álamos temblones, chopos, fresnos, abedules y alisos, que curiosamente han funcionado como pantallas cortafuegos, afirma el profesor Pablo Martín Pinto, catedrático de Lucha y Prevención de Incendios Forestales en la Universidad de Valladolid y Subdirector de la Cátedra de Micología.

El origen de este pavoroso incendio ha sido la conjunción de varios rayos simultáneos durante una tormenta seca, fenómeno meteorológico frecuente en esta comarca. Esta perturbación causó varios focos de inicio en lugares inaccesibles, intensificados por las altas temperaturas, la baja humedad y los fuertes vientos de hasta 70 kilómetros por hora.

El principal efecto ecológico del incendio ha sido la liberación de enormes cantidades de gases de efecto invernadero, es decir, la emisión directa de dióxido de carbono a partir de la quema de la biomasa forestal de árboles, arbustos y matorrales. Esta emisión de carbono a la atmósfera por la quema de la vegetación natural la estimamos del orden de medio millón de toneladas de CO2. «Esto resulta una nefasta y muy significativa contribución al cambio climático por parte de un megaincendio forestal como este», explica el Dr. Pablo Martín Pinto.

Unas 15.000 hectáreas de superficie quemada ha consistido en matorral pirófito (que arde muy fácilmente) y envejecido de brezos, escobas, jaras y chaguazos. Por su enorme inflamabilidad destacan las carqueixas, plantas sumamente peligrosas cuando son viejas y senescentes, debido a  su prodigiosa inflamabilidad, que da la sobrecogedora impresión de que hubiese gasolina en el monte. Las cepas de los brezos cuando se queman, se ponen al rojo vivo y son capaces de matar a los árboles cercanos y carbonizar sus raíces.

Uno de las pérdidas más preocupantes y difíciles de restaurar es la trágica calcinación de cientos de castaños seculares y monumentales, hábitat prioritario europeo y en peligro de extinción. A ello se añade  tristemente la quema de varias turberas, de muy costosa rehabilitación.

Entre los aspectos faunísticos resaltamos la pavorosa muerte de, al menos, varios miles de animales: terrestres como ciervos,  corzos, lobos, tejones, zorros, garduñas, liebres, reptiles, etc., como volátiles, especialmente de gran cantidad de murciélagos y aves, incluyendo varios cientos de nidos de rapaces (azor, águila calzada, ratonera o buchona, culebrera, milano real y negro, azor, gavilán, alcotán, búho chico, cárabo, etc.) y otras especies amenazadas que «suponen uno de los atractivos de ecoturismo en la zona», matiza el profesor Juan Andrés Oria.

Además de las pérdidas de valor de biomasa y madera útil de pino, roble y castaño, destacamos las elevadas pérdidas de producción micológica, riqueza muy destacada en bosque y algo menor en áreas de matorral. Estimamos especialmente dañosa la grave afección en los pinares de más de 40 años productores de Boletus pinophilus y los montes de roble, encina y castaño productores de Boletus aereus y B. edulis y Amanita caesarea. Estos hábitats tardarán más de 20 años en recuperarse. «Calculamos unas pérdidas micológicas en la zona de 200 toneladas de kilos de boletus alaño durante dos decenios al menos, lo que corresponde a unos tres millones de euros al año», añade el Dr. Oria de Rueda, que explica que uno de los aspectos más trágicos de este incendio ha sido la muerte masiva de varios miles de colonias de abejas y otros insectos polinizadores, cuya pérdida ecológica es superior al económico de miel, cera o apiarios, pues serán necesarios varios años para su recuperación.

Para evitar que vuelva a sufrirse un incendio de estas dantescas proporciones hay que proponer y realizar una gestión activa y técnica. Precisamente hemos publicado hace unas semanas una innovadora Guía Técnica de Gestión de Matorrales Ibéricos, para prevenir incendios forestales y promover la producción micológica. «Esta edición a cargo del MITECO (Ministerio de Transición Ecológica y Reto demográfico) supone una propuesta útil y de valor ecológico para evitar que se vuelvan a repetir estos episodios destructivos», comenta el Dr. Pablo Martín. Esta guía permite diseñar y aplicar técnicas para gestionar los matorrales, como los fuegos técnicos o quemas prescritas, rozas tradicionales, siegas y mantenimiento del mosaico en el paisaje, plantaciones de robles y castaños cortafuegos, uso de la ganadería autóctona, etc.

«El empleo de las razas de ganado autóctono de la zona resulta esencial para prevenir los megaincendios. Es el caso de las amenazadas y utilísimas razas zamoranas como la preciosa vaca alistano sanabresa, la cabra serrana, la montaraz oveja carbayesa, la burra zamorano-leonesa o la yegua asturleonesa, que actúan como auténticas y eficaces bomberas, al controlar el matorral seco», termina el profesor Oria de Rueda.

 

Para más información:

Juan Andrés Oria de Rueda Salgueiro – 630108342